Cuando las expertas en literatura y feminismo se quejan de los lánguidos personajes que aguardan a los aguerridos héroes tras las ventanas de sus casas, siempre hay quien pide que se entienda el contexto, que no es más que un reflejo de los usos y abusos de las mujeres en esos tiempos y sociedades. Es cierto que quien escribe es deudor de su educación y su entorno, aun cuando busque evadirse de ellos en los laberintos de la ciencia ficción. Pero en toda historia literaria, oriental y occidental, contamos, por suerte, con personas que se anticipan a su tiempo, innovadoras voces que son capaces de escribir un personaje y un discurso, como el que proclama Marcela, en las páginas de El Quijote, obra que leyeron los primeros lectores a principios del siglo XVII. No parece que ese fuera buen momento para los derechos de las mujeres, pero Cervantes sitúa en las aventuras del hidalgo Don Quijote los hechos de una tal Marcela, una mujer que, aunque poseía dinero y belleza, veía en ambas virtudes su maldición. Frente al pensamiento romántico del hombre que decide quitarse la vida porque la pérfida mujer de sus sueños no le corresponde, Marcela decide defender su libertad.
Esta joven hermosa opta por hacerse pastora y retirarse a la vida en la naturaleza, mucho más bondadosa con ella que la suerte de pretendientes que la persiguen y la tachan de mala por no escoger a ninguno de ellos. Dice Marcela que “yo nací libre, y para poder vivir libre escogí la soledad de los campos" cuando se enfrenta sola a cuantos la adornan de maldad por no querer marido y a quienes llama soñadores de falsas esperanzas que ella no otorgó en ningún momento. Es un discurso imprescindible, que les recomiendo rescatar de ese libro, del que tanto hemos oído hablar, pero cuya grandeza nos empeñamos en no recordar.
Marcela no ha consentido que la persigan, la juzguen ni la acosen. Ninguna esperanza dio a quien se ganó los afectos ajenos por amarla y no ser correspondido. Porque no hay amor en quien no respeta la libertad de la persona amada. Uno de los mejores textos sobre el consentimiento, que tantos debates ha generado este siglo XXI, y sobre el cariño de verdad, el que respeta y no ata, lo tenemos en esta gran obra de la literatura universal. Don Quijote, que bebe los vientos y defiende el donaire y las virtudes de una Dulcinea que sólo él ve, escucha con asombro el discurso de la pastora Marcela, y niega los insultos de los hombres despechados. Sabe que el valor que muestra la mujer merece su respeto y si ella lo quisiera, su lanza servirá de defensa para esa doncella que, mientras que para los otros es una mujer histérica, a sus ojos es una sabia, merecedora de la libertad que pregona. ¿Quién es aquí el loco?
¿Es Marcela la primera feminista de la literatura? Por suerte no. Hasta en los textos antiguos aparecen mujeres guerreras, incluso en escritos religiosos que nos proponen un principio del mundo a cargo de Adán y Eva, pero nos narran también la historia de Lilith, esa mujer rebelde que no quiso ser la compañera del primer hombre sobre la Tierra y que fue convertida en demonio como castigo por inventarse el divorcio. Pero esa es otra historia y lo que sí es un hecho es que la pastora Marcela es un personaje poco recordado de El Quijote, pero precursor de los derechos de las mujeres, las más bellas y solicitadas, que preferían ser libres y vivir en los campos, y huir de un falso romanticismo que sólo quería atarlas tras los visillos de las ventanas.