Hablemos de los volcanes

Con el cambio de formato en la revista se me queda a medias la serie acerca de los volcanes. Podría continuar con el número 5, pero creo que es mejor volver al comienzo, para que el lector no tenga que buscar números viejos.

Empezamos, pues, a hablar acerca de los volcanes. Nuestras islas son fruto de ellos, eso no es nada nuevo, de ahí que estoy seguro de que el tema interesa.

Primero es lo primero. Repasar algunos conceptos básicos, que supongo la mayoría de los lectores conoce, pero vendría bien refrescarlos. ¿Qué es un volcán?

Respuesta evidente: una montaña que echa fuego. O, más bien, que echó fuego en el pasado, lo que se aplica a la gran mayoría de los volcanes; a veces alguno se despierta y vuelve a echar fuego, y otras veces lo que ocurre es que nace un nuevo volcán, echando fuego por supuesto.

Y empiezo a corregir: no es fuego, es materia rocosa incandescente, junto con gases de composición variada. Es lo que se conoce como lava.

Un volcán típico tiene forma más o menos cónica, con un hueco en la cima, el cráter, y a veces otros cráteres secundarios (es decir, que no están en la cima). Los cráteres con los lugares por donde brotaba la lava cuando el volcán estaba en actividad. Lo cierto es que la enorme mayoría de las montañas que forman las islas son volcanes, recientes o antiguos, algunos muy antiguos. Macizos como los de Anaga y Teno en Tenerife se formaron por una larga serie de erupciones volcánicas, dejando pasar algún tiempo entre ellas, y eso sucedió hace algunos millones de años.

Se conocen varias erupciones registradas, es decir, que han sucedido en época histórica, cuando ya los españoles habían conquistado algunas. La más antigua parece ser en 1492, registrada por Colón en su viaje a las Indias; como sucedió en Tenerife, que por entonces no había sido conquistada, no hay una referencia exacta del lugar, pero parece que se trató de alguno de los volcanes del sur, por la zona de Guía de Isora o Chío: la datación de sus coladas podría ser de cinco siglos. Y no, no es el Teide, como a veces se ha dicho.

Las demás erupciones, en Lanzarote, Tenerife y La Palma, están bien registradas. Y no voy a comentarlas ahora; ni siquiera la última, la del Tajogaite en La Palma.

Sí que voy a comentar la que parece ser que fue la última erupción de Teide, desde su cono. Es decir, no me refiero a otros brotes como el de 1799, las Narices del Teide, que más bien parece relacionado con el cono de Pico Viejo.

El pico Teide tenía una forma distinta en la antigüedad. El pequeño cono que forma la cima, llamado el Pan de Azúcar, apenas tiene unos diez u once siglos de antigüedad. Antes, la cima de la montaña era más redondeada.

Y en el siglo X u XI, la época de la erupción, la isla ya estaba habitada, por los guanches. Luego volveré a analizar ese detalle.

Otro dato: en la Edad Media, lo que incluye al siglo X, en las tierras peninsulares se hablaba de las «Islas de Fuego», un archipiélago que estaba hacia el sur, cerca de África, donde estaba la boca del infierno, había unas montañas altísimas y de ellas brotaba el fuego infernal.

¿No les parece que esas islas de fuego podrían ser las Canarias? Más aún, si esta leyenda surgió en los siglos X u XI, pongamos por caso, cuando algún marino se acercó a estas tierras.

Y ahora vuelvo a lo que decía que Tenerife estaba habitado. Pues bien, la leyenda de Guayota es, claramente, una descripción de la erupción.

Dice esta leyenda que el demonio Guayota habita en el interior del Echeyde. Y que en cierta ocasión logró salir y secuestró a Magec (el Sol), con lo que la oscuridad cayó sobre la isla. Achamán, el dios padre, luchó contra el demonio y finalmente logró encerrarlo, poniendo un tapón para que no pudiera escaparse de nuevo.

La erupción provocaría terremotos (Guayota intentando salir), luego una nube enorme que taparía el sol, y el fuego (lava) saliendo de la montaña, junto con todos los efectos de la erupción, esos serían muestras de la lucha entre dioses. Y al final, el tapón que Achamán puso sobre el Echeyde es el cono que se formó en esta erupción; era evidente que la montaña había cambiado, y lo del tapón era una respuesta lógica.

Y volvemos al tema principal. Después de ver qué es un volcán, ahora toca comentar cómo se forma.

Es evidente que han de ocurrir dos circunstancias: que las rocas se fundan en el subsuelo, y que este material fundido consiga salir. Vamos a considerar ambos supuestos.

Un hecho demostrado y fácil de comprobar es que, conforme nos adentramos en el interior de la Tierra, sea haciendo un agujero muy profundo, sea bajando por alguna sima, la temperatura asciende. El interior del planeta está caliente, no importa por qué. Y sí, se puede alcanzar, a muchos kilómetros de profundidad, la temperatura necesaria para que las rocas se fundan, que es del orden de unos pocos miles de grados, dependiendo del tipo de roca en cuestión.

Ya, las rocas pueden estar fundidas a gran profundidad, pero solo salen al exterior cuando hay un volcán. Es decir que lo normal es que esas rocas fundidas no suban a la superficie. La razón es que, aparte de temperaturas elevadas, también las presiones son elevadas. Y, sin entrar en el tema para no alargar este texto, las presiones son tan altas en las profundidades que, aunque las rocas estén en condiciones de fundirse, la presión hace que sigan siendo sólidas; bueno, el estado no es realmente sólido, es un líquido que parece sólido. Como el vidrio.

Pero, a veces, la presión puede disminuir, se forma un camino para que la roca fundida suba a la superficie, y aparece un volcán. Además, en estos casos parece que las condiciones para la fusión de la roca se dan a una profundidad menor de la habitual; o sea, que las rocas fundidas están más cerca de la superficie, teniendo más fácil la subida. Se forma así lo que llamamos cámara magmática; el magma es la roca fundida, así que desde ahora usaré este nuevo término; pero cuando el magma alcanza la superficie y fluye desde el cono volcánico, entonces recibe el nombre de lava.

Otra circunstancia que favorece la salida del magma es su contenido en gases. En efecto, el magma contiene gases disueltos: vapor de agua, dióxido de carbono, dióxido de azufre y otros compuestos gaseosos. Ocurre igual que cuando abrimos una botella de vino espumoso, cerveza o refresco: el gas disuelto en el líquido (dióxido de carbono), sale al exterior. Y con frecuencia suele arrastrar líquido, sobre todo si hemos agitado la botella. En la cámara magmática ocurre lo mismo, el gas disuelto empuja al magma hacia el exterior. Por cierto, la cantidad de gas disuelto en el magma es un dato muy importante, pues dependiendo de él tendremos erupciones tranquilas o explosivas. Además, ya lo dije, el gas arrastra parte del magma, formando desde pequeñas partículas de lava a enormes masas; a todo ello se le denomina piroclastos, sin importar el tamaño.

Aprovecho para comentar los tipos de erupciones; no son tipos de volcanes, como a veces se dice, pues un mismo volcán puede tener erupciones de varias clases; en ocasiones incluso al mismo tiempo, otras en distintas fases del proceso eruptivo.

1.- Hawaiana: es una erupción tranquila; la lava es muy fluida y fluye a gran velocidad. Los gases que emite no contienen piroclastos, o tienen muy pocos. Casi no hay explosiones y a veces se forma un lago de lava fundida en el cráter.

2.- Estromboliana: la lava es algo espesa y los gases contienen piroclastos. Hay algunas explosiones, pero siguen siendo pocas.

3.- Vulcaniana: la lava es algo viscosa, lo que dificulta la salida de los gases; estos forman explosiones en el cráter y con ellas saltan abundantes piroclastos, desde ceniza (materiales pequeños, lo que en Canarias llamamos picón) hasta enormes masas llamadas bombas volcánicas. Incluso pueden contener fragmentos de las paredes del volcán, destruidas en alguna explosión.

4.- Vesubiana: su lava es muy espesa, las explosiones son frecuentes y las nubes de ceniza pueden alcanzar enormes extensiones. Debido a las explosiones, con frecuencia parte del cono volcánico colapsa (se derrumba), formándose entonces una caldera. Creo que esto debe explicarse: no es que la caldera se forme por la explosión, más bien es que la salida brusca de gases y lava deja un vacío haciendo que el techo de la cámara magmática ceda, formándose así la caldera.

5.- Peleana: la lava es tan espesa que no fluye, taponando la boca del volcán. Se suele formar un pitón muy característico debido al empuje del gas; hasta que este se libera de forma muy violenta, con frecuencia acompañada de una fuerte explosión. Se forma una nube ardiente, una masa de gas cargada de piroclastos a temperaturas elevadas, que fluye como un líquido y a gran velocidad. Arrasa con todo lo que encuentra en su camino.

Como es lógico, las coladas formadas en cada caso producen rocas distintas al enfriarse. Así, las erupciones hawaianas producen los lajiales, las vulcanianas dan lugar a los malpaíses y las peleanas forman esas rocas blancas que llamamos tosca.

Para proseguir, debemos meternos en las entrañas de la Tierra. Vamos a conocer mejor qué es lo que ocurre en las profundidades del planeta. Por supuesto, lo haremos en forma virtual: aunque apenas se ha podido bajar algunos kilómetros bajo la superficie (una nadería comparada con los seis mil y pico de kilómetros que dista el centro del planeta), sabemos bastante de cómo es nuestro mundo por dentro. Esta información se ha conseguido por métodos indirectos, en especial el estudio de los terremotos.

La Tierra está formada por capas concéntricas, como una cebolla gigantesca. Las capas más externas son gaseosas, y conforman la atmósfera. Otro día hablaremos de ellas. La capa sólida exterior es la corteza o litosfera; es una capa muy fina, apenas unos kilómetros en algunos sitios, aunque en otros puede superar el centenar de kilómetros. Algunas partes de la corteza están recubiertas de agua: océanos, mares, lagos, ríos y glaciares (estos formados por agua en estado sólido).

Por debajo de la corteza está el manto, aunque hemos de distinguir entre el manto superior y el manto inferior, a veces llamado manto a secas. El manto superior está en contacto con la corteza e interactúa con ella; luego volveremos a hablar de él.

Finalmente, bajo el manto inferior está el núcleo, a su vez dividido en núcleo externo y núcleo interno. Está formado por hierro y níquel en gran cantidad, y como el núcleo externo se comporta como un líquido, al girar el núcleo interno genera el campo magnético terrestre. Otro asunto del que hablar en otra ocasión. Aunque por su importancia debo salirme un poco del tema volcánico. Tal vez haya leído que el núcleo se ha parado. Incluso se describen terribles catástrofes que ocurrirán en seguida. Pues bien, todo eso es falso. Lo que ha sucedido es que la velocidad de núcleo siempre ha variado un poco, sobre todo comparada con la velocidad de giro de la Tierra (es decir, un día); las últimas medidas indican que la velocidad de giro del núcleo ahora coincide exactamente con la del planeta. Dicho de otra manera: el núcleo no parece moverse respecto a la superficie terrestre, o sea respecto a nosotros. En otras ocasiones, se ha adelantado o se ha atrasado, pero ahora va a la par.

Volvamos al tema volcánico. ¿Qué tiene que ver el núcleo con los volcanes? Quiero recalcar un dato curioso: el núcleo externo parece estar en estado líquido. Tengamos en cuenta dos cosas, la enorme presión que existe bajo miles de rocas (las que forman el manto en sus dos capas, y la corteza, si bien esta aporta poco por ser diminuta) y la temperatura, muy elevada como podemos imaginar. En esas condiciones los materiales que consideramos sólidos se comportan de manera muy diferente. Lo que vemos rígido y con forma invariable a presión de una atmósfera y temperatura del orden de 20ºC, deja de ser rígido y cambia de forma a presiones de miles de atmósferas y unos cuantos miles de grados. ¿Está fundido? En realidad, la cosa es mucho más compleja, así que no vamos a entrar en el tema.

Quería recordar lo del núcleo exterior porque en el manto sucede algo similar. La corteza parece flotar sobre el manto y en este se producen movimientos que provocan que la corteza se fragmente y que estos pedazos flotantes se desplacen por toda la superficie. Este fenómeno fue difícil de aceptar por la comunidad científica, y de hecho quien lo propuso por primera vez (Alfred Wegener) fue menospreciado y ridiculizado durante años, en la primera mitad del siglo pasado. Solo se aceptó semejante idea, lo que ahora se llama tectónica de placas, hacia los años 60, cuando ya se conocía buena parte del fondo del mar y la teoría original de Wegener se había mejorado con nuevos datos. Y otra cosa: se mueven, sí, pero a la velocidad de unos pocos centímetros por año.

¿Y qué tiene que ver la tectónica de placas con los volcanes? Pues mucho. Como ya hemos visto, la corteza se divide en trozos, las placas tectónicas, que flotan sobre el manto superior. Este se mueve siguiendo corrientes de ascenso y descenso porque algunas partes del manto inferior se calientan: el material del manto inferior que está sobre estos puntos calientes se eleva, alcanza casi la superficie (se queda justo por debajo de la corteza), luego recorre unos cuantos cientos de kilómetros bajo la superficie (arrastrando la corteza) y finalmente se hunde buscando las regiones relativamente frías del manto inferior. Es una corriente de convección, exactamente igual a la que podemos ver si calentamos un líquido con un mechero o en la cocina.

Resumo: el manto superior se mueve en corrientes de convección y al hacerlo arrastra a las placas tectónicas. De esta forma tenemos que las placas están limitadas por dos tipos de regiones: las dorsales oceánicas, o zonas de expansión y las regiones de subducción. También hay límites donde una placa solo roza con otra, pero esos carecen de importancia en este momento para nosotros.

Termino por hoy dejando claro que en las zonas de expansión se forma corteza nueva, mientras que en las de subducción la corteza vieja se hunde, para desaparecer mezclándose con el manto. Y en ambos lugares se dan las condiciones adecuadas para que se formen volcanes: la enorme mayoría de los volcanes terrestres se forma en las dorsales oceánicas o en las zonas de subducción.

Pero, ¡ay!, me temo que eso tendremos que dejarlo para otro día. Ya me he enrollado demasiado.

Hasta la próxima.

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